20140426

Life story: Jeanne (1)

Hubo una vez una chica. La chica solo tenía a su hermana. Hubo una vez un chico. Él estaba solo en el mundo. La soledad los hizo una sola persona, los unió y cumplieron su promesa de estar juntos hasta que la muerte los separé, mas siquiera la muerte los separó. De la soledad, proviene la misma soledad, y de una batalla ganada por muchos y perdida por ellos, quedó una niña. Era la niña y una adolescente, su tía. La adolescente no sabía qué hacer, ahora era ella la que estaba sola en el mundo, y tenía miedo, y el miedo puede controlar nuestras acciones de una forma muy cruel. Crueldad, quizás esa palabra expresé lo que pienso del momento en que aquella chica abandonó a la niña de apenas año y medio en un parque. ¿Qué si la comprendo? Tal vez un poco, pero a veces no basta con comprender.

La niña, pequeña e indefensa, fue encontrada por muggles, en un parque que solo era visitado por ellos. Las personas tuvieron buenas intenciones, la llevaron a un orfanato, y allí se quedó hasta que pocos meses después una señora la adoptó. Vio en la pequeña una hija, pero también, un bonito objeto que lucir en sociedad, como si de un prendedor de diamantes se tratase, solo quedaba pulirlo y prepararlo. El marido de la señora, hombre respetable, famoso por su cargo público y aquellas ideas políticas que luce con tanto orgullo, jamás estuvo de acuerdo con la adopción, pero mientras a él no le diera problemas, la niña podría quedarse.

La soledad deriva en soledad. Los años para la pequeña pasaron y aquellos padres que la habían adoptado no estuvieron a su lado, no fueron quienes la criaron, solo fueron quienes la empujaron a mil clases que lograrían pulir el diamante en bruto. Sin embargo, un día durante su décimo año de vida, tocó a la puerta una mujer. Esta vez, el padre adoptivo de la niña si odio la decisión de su esposa. La pequeña resultaba ser un “fenómeno”, de esos mismos con los que él tenía que lidiar a veces en el trabajo, que le traían problemas imposibles de creer, pero que había que escucharlos. Ella no era parte del mundo “normal”, ella no pertenecía a esa casa, ni a esa familia, ni podría ser jamás el diamante con el que soñaron.

La tía de la niña había regresado. No para llevarla con ella, solo para pedir disculpas, explicarse y contarles la verdad de que el próximo año la pequeña debería ir a un colegio especial, un colegio de magia y hechicería. La niña no preguntó demasiado, no lograba comprender del todo que le dijeran que sus padres no eran sus padres, que hubo dos personas que si lo habían sido pero que habían fallecido y que ella no los había conocido. Y aunque luego preguntó, jamás quisieron decirle nada del pasado, le aseguraron que debía vivir el presente y seguir adelante en el futuro, y que su vida era la que sus padres adoptivos le habían dado. La mujer le aseguró que sus padres habían sido magos, que habían muerto en una guerra que había devuelto la paz al mundo mágico y que ellos estarían muy orgullosos si vieran como había crecido. Pero no hubo nada más, ella volvió a desaparecer y apareció mediante cartas cada algún tiempo, hasta que se fue de viaje un día, sin fecha de regreso y dejándola a cargo de una tutora del mundo mágico.

La niña creció. Creció con dudas, con incertidumbre, con pena. No sabía y no sabe cómo sentirse respecto a tener padres que parecen desconocidos y tener otro par de padres que realmente lo son, y que como nadie parece querer contarle sobre ellos, así lo serán por siempre. ¿Debería llorar? ¿Sentir lastima? ¿Preguntarme si era parecida a mi madre o a mi padre? ¿Si ellos quizás soñaban un futuro para mí? ¿Debería no odiar al hombre que me adoptó y que un día me gritó en la cara que yo jamás podría ser su hija? ¿Debería odiar a la mujer que se quedó a su lado sin defenderme? A veces me pregunto qué nombre me habían dado mis padres biológicos, o cuál es mi fecha real de cumpleaños, y luego recuerdo que no puedo saberlo, y que simplemente debo seguir adelante con lo que tengo y lo que se. Entonces comienzo a cuestionarme a mí misma, a preguntarme si está bien quien soy o cómo soy, y caigo en cuenta de que no tengo respuestas para ello, que solo puedo seguir adelante e intentar descubrirlo con el pasar del tiempo. Jamás pude llorar por el dolor de perder a alguien como perdí a mis verdaderos padres, porque creo que jamás me di cuenta que los había perdido, es como sentir que no sabes de donde provienes, porque no tienes una foto, una voz, algo que recordar y extrañar, entonces a veces lloro por la sensación de vacío, el vacío que siento de no tener nada. Y creo que ese vacío ha de llenarse con nuevas personas, nuevas sensaciones y emociones, y que un día ya no lo sentiré, pero de momento, sigo creyendo que la soledad es hereditaria y que es lo único que mis padres me dejaron.

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