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"¿Es bonito, no? Y es bastante útil. Claro, sería más útil si se me diera bien escribir." |
Descubrir un diario encantado y querer aprender a usarlo... de eso va este recuerdo.
El muro a mi espalda contagiaba el frío a cada uno de mis
músculos estando allí apoyada, llevaba allí una cantidad de tiempo que ya
incluso había dejado de chequear con el reloj, pero no podía simplemente
abandonar e irme sin haber hecho nada. Estaba allí pasando entre mis manos las
hojas de aquel diario que había comprado en Dervish y Banges, la encargada me
había enseñado un poco como usarlo, pero todavía no lo había probado. Entre los
dedos de mi mano derecha pasaba la pluma embebida en tinta, sin decidirme a que
escribir. Se suponía que era sencillo. Uno escribía un cuento o un relato en el
diario, y hasta ahí era normal, pero luego con pasar la varita rozando la hoja
donde comenzaba uno de los cuentos que había escrito y utilizando el hechizo “Specialis Revelio”, este se mostraría
como diapositivas, como una animación muggle sobre el libro, utilizando a su
vez la imaginación de quien sostuviera la varita para poder darle forma a
aquello que aparecería sobre el libro mientras la persona lee en voz alta el
relato. Al parecer las hojas del diario estaban encantadas, como si en el
proceso de preparar el papel no se hubiera utilizado ingredientes comunes, se
había utilizado algo más.
Giré un par de veces más la pluma entre mis dedos hasta
decidirme sobre qué debía escribir en la primera hoja blanca. Mi creatividad
era pobre para inventar cuentos o historias, por lo que escribiría sobre mi
misma, siempre había oído que escribir sobre aquello que nos preocupa o no
sabemos expresar en voz alta nos ayuda a liberarnos un poco del pesar. Jamás lo
había puesto en práctica, por lo que esperaba que mi escritura no resultara tan
mala. Escribí sencillamente lo primero que se me vino a la mente, la historia
sobre mi familia… resultaba tan difícil para mí contarlo, a veces siquiera yo
lo entendía del todo. Mi letra no era digna de un premio a la prolijidad, era
una cursiva llevada hacia un costado y bastante espaciada entre las palabras,
con los bordes bien marcados de tinta y los finales de las letras algo perdidos
al levantar la pluma antes de tiempo. Sin embargo, yo podía entender bien lo
que iba escribiendo. Me tomó otro largo rato aquello, quizás pasó una hora
hasta que logré terminar de escribir, y luego de leerlo dos o tres veces,
estaba satisfecha con el resultado. Era el momento de probar si funcionaba como
la encargada me había dicho, hasta ahora no era más que un diario común y
corriente, aunque debía admitir que sentía un poco aquella ligereza mental al
sacar un tema tan importante de mi cabeza como lo que estaba expresado en este
escrito del que ahora buscaba la primer página. Era una buena sensación
aquella.
Miré a los lados en el pasillo antes de continuar, debía
leer en voz alta y entre estos muros la voz retumbaba y se perdía a través de
los pasadizos, por lo que al menos quería asegurarme que nadie que estuviera
paseando por aquí me oyera. En fin, debía arriesgarme. Saqué la varita de mi
bolsillo y la posé sobre la primera hoja, rozando suavemente la punta sobre el
largo de la misma, y pensando el hechizo que correspondía. Al mismo instante
que pensé el hechizo, las letras comenzaron a mezclarse en la hoja y a salirse
de ella hasta formar un hilo negro que seguía la punta de la varita, la cual
ahora se iluminaba pareciendo un hechizo Lumos aunque sabía que no era eso lo
que había recitado. Las letras dejaron de moverse y volvieron a la hoja y a
formar las palabras de mi relato, la luz de la varita ahora formaba una esfera
sobre la punta de la misma y sobre el libro, parecía una gran bola de adivinación,
donde un humo blanco flotaba de aquí a allá. Supe que ese era el momento para
comenzar a leer en voz alta, de alguna forma lo supe. “Hubo una vez una chica...”, mientras leía, las palabras se
rodeaban de un borde dorado con el paso de mi voz y en aquella esfera figuras
de colores suaves se formaban. Aparecían y desaparecían los sujetos de mi
relato, siendo arrastrados por el humo blanco de la esfera de luz y formando
las nuevas siluetas de los personajes que la historia iba haciendo aparecer. El
único personaje que iba cambiando con el paso del relato, era el de la niña, el
cual iba creciendo a medida que avanzaba, pero siempre llevaba un vestido rosa
suave y el cabello castaño suelto sobre la espalda. Mientras leía, no había
notado el efecto que tenía en mí el poder ver materializadas mis palabras de
alguna forma en aquellos dibujos que danzaban entre la luz blanca que provenía
de la varita, poco a poco se formaba un nudo en mi garganta y era difícil
continuar leyendo así. No llegué a la mitad de lo que había escrito que la voz
se me quebró y debí detenerme, en ese mismo segundo el encantamiento
desapareció y aquella esfera se evaporó en un abrir y cerrar de ojos. Las
palabras dejaron de estar delineadas por aquel bonito color dorado y entendí
que si el lector no se controlaba bien y continuaba naturalmente, el hechizo
perdía concentración y adiós diapositivas. Aun así me gustaba lo que había
visto funcionar del libro, la encargada no me había engañado y tenía razón, era
un diario muy especial. Mis pensamientos cambiaron de rumbo del relato a aquel
objeto, serviría también para tranquilizarme por unos minutos. ¿Esta era la
única forma de materializar las historias? ¿Habría otras formas? La curiosidad
empezaba a embriagar mis sentidos con aquellas preguntas, y de algún modo debía
responderlas, por lo que mi siguiente destino sería la biblioteca, donde
gracias a Merlín ya podía ir más tranquila, desde la última visita, muchas
cosas habían cambiado en mí.
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