Juventud de Jeanne, luego de Hogwarts.
La adolescencia y mi paso por Hogwarts habían dejado grandes
rastros en mí, había recibido tantas enseñanzas y había superado tanto desafíos
de mi propia persona que me parecía increíble como habían pasado los años en el
castillo. Por ejemplo, mirarme ahora al espejo no resultaba una especie de
tortura, podía verme allí y encontrarme satisfecha con mi reflejo y con la
persona en la que me había convertido. Sin embargo, allí seguía faltando algo.
Me miraba al espejo y notaba aquel inmenso vacío que nada había podido llenar.
Era el vacío de la duda y de un asunto eternamente pendiente, que aunque mucho
me hubieran querido convencer de olvidarlo y dejarlo atrás, ya no podía callar
a aquella voz interior que reclamaba porque fuera en búsqueda de lo que me
correspondía.
Una mañana me había encontrado viéndome al espejo, como cada
día, pero de repente, en cuanto me vi y por fin caí en cuenta de que necesitaba
ir a buscar mi pasado, rompí en llanto, y también rompí el espejo. Le había
dado un golpe con una fuerza desconocida para mí y había no solo logrado
lastimarme, sino también preocuparlo a él y recibir un gran, gran sermón.
Siempre terminaba así, siendo dulcemente regañada por él. Pero no era justo, no
esta vez, ese había sido el límite, necesitaba llenar ese vacío y hallar respuestas.
No sé qué tipo de respuestas, quizás me bastaría con una foto, un par de
nombres, algo, algo que darle a mi cerebro para atesorar y sentirme en paz
conmigo misma y reconciliarme con aquella niña que se había perdido en el mismo
instante que abandonaron en un parque.
Confiaba en él, pero sabía que no quería someterlo a más
dramas de mi parte, y seguro también me regañaría por esto, pero había ido en
búsqueda de otra persona a la que le confiaría mi propia vida.
Arrastraba a Évoleth a través de las calles del Valle de
Godric, ella iba con la túnica típica de viaje y yo iba ataviada en una túnica
negra de terciopelo con la capucha cubriéndome el rostro. La noche había caído
sobre el lugar y con ella el frío, por lo que no había mucha gente rondando por
allí. Llevaba en la mano la dirección que me había ingeniado para conseguir con
algunos magos del ministerio, era increíble lo que algunas miradas y contoneos
podían conseguir con la burocracia mágica y los viejos conocidos de mi pasantía
por la planta de criaturas mágicas.
Llegamos frente a una vieja puerta de madera, y aunque había
pensado en la posibilidad de que la casa estuviera protegida por magia, al solo
llegar allí nos pudimos percatar que no había nada de ello. Incluso el lugar parecía
abandonado, ¿Ya hace cuantos años que mi tía de sangre se había marchado?
Quizás unos tres o cuatro años, pero la casa lucia como si la hubieran dejado hace
siglos a su suerte. Pateé unos cuantos periódicos y sobres viejos que estaban
arrumbados en la entrada y con cuidado saque mi varita ocultando la mayor parte
del objeto con la manga de mi varita “Alohomora”, pronuncié por lo bajo y la
puerta fácilmente cedió. Ambas ingresamos a la casa, de la cual desconfiaba que
conociera la electricidad o que ya no hubieran cortado el servicio, por lo que
pensé rápido “Lumos”, la luz salió despedida de mi varita sobre todo la
polvorienta sala. Asco, me daba asco la suciedad y cantidad de bichos que había
aquí, pero no podía pensar en ello, había venido en búsqueda de mi pasado, y
debía irme con algo, con lo que sea.
- A buscar, querida. – sentencié y junto a Évoleth pronto
encontramos unas cuentas velas que sirvieron para darle descanso a nuestras
varitas mientras revolvíamos la casa. Parecía como si mi tía hubiera decidido
hacer lo mismo que sentenciaba en palabras, borrar todo rastro de mis padres de
su vida. Había ya prácticamente inspeccionado cada rincón de la sala principal
y por cansancio había terminado por, literalmente, dar vuelta una biblioteca
para que todo el contenido cayera al suelo y fuera más fácil buscar a simple
vista. Habían pasado quizás unas tres horas y empezaba a sentir el agotamiento
mental, por lo que me deje caer sobre un sofá con la cabeza entre las manos. En
ese momento Évoleth bajaba luego de revisar el primer piso sin éxito.
- ¿Nada, no? Esto es una misión imposible, esa mujer borró
de su vida a su hermana y a toda su familia, maldita egoísta. – pronuncié las
palabras con clara molestia y cansancio, aunque en ese momento alcé la vista me
encontré con mi amiga entregándome una foto.
- Esto estaba en un recuadro sobre una mesita, es una foto
mágica que muestra a dos adultos y dos niñas, creo que la del cabello largo era
tu madre, se parecen, y los adultos deben ser tus abuelos… ¿Es algo, no? – escuché
sus palabras como si fueran lejanas y cercanas a la vez, ¡claro que era algo!
Tomé la foto con una sonrisa y desesperación a la vez, inspeccionando cada
detalle en ella. A comparación de las modernas fotos, esta parecía vieja y colores
sepia, en ella, se veía a una señora de cabello corto y claro junto a un hombre
un poco ya encorvado pero de sonrisa muy amable jugando con dos niñas, una de
cabello corto y otra de cabello largo y apenas ondeado, igual al mío, luciendo
una gran sonrisa y unos bonitos ojos grandes. Me sorprendí de mi misma al
encontrarme recorriendo mi rostro con una mano mientras observaba la foto, como
queriendo así comprobar ese parecido físico que encontraba en aquella niña
conmigo. ¿Era mi madre, no? Y esos mis abuelos… lucían felices y como buenas
personas. Giré la foto en busca de algo más, pero solo estaba el nombre de un
viejo pueblo inglés bien conocido por ser un bonito lugar de paseo e ideal para
unas vacaciones familiares. Era algo, pero no era suficiente.
- Tiene que haber algo más, lo que sea, pero ella tiene que
haber escondido algo más. – deje la foto junto a mi túnica en el sucio sofá y
me impulsé a dar círculos por la cocina, la sala, el recibidor, en algún lugar
debía haber algo. – Piensa Éve, ¿Dónde esconderías algo que quieres olvidar? –
recorría con la luz de una vela cada mueble y rincón, y de repente, en un nuevo
giro, me hallé reflejada en el vidrio de una pequeña vitrina con diminutos
frasquitos que parecían contener en su mayoría ingredientes de pociones. Seguía
viendo aquel vacío, seguía viendo a esa chica incompleta, seguía viéndome a mí
misma sin terminar de comprender del todo quien era, con una necesidad innata
de saber quiénes me habían traído al mundo, porque habían muerto, porque me
habían dejado, si me querían, si habrán lamentado dejarme sola… Y fue allí que
enfoque la vista. Varios frasquitos estaban rotulados con un nombre, tapado por
el polvo, pero no era el nombre de ingredientes de pociones, y el contenido
resultaba similar en varios de ellos, una sustancia parecida a un gas, que
fluía con un color brillante por el recipiente… Recuerdos, esos son recuerdos.
La vitrina llevaba un candado, que solo me hizo rodar los ojos un instante para
al siguiente apuntar con la varita y volver a usar el hechizo que abría
cerraduras con la misma facilidad que un pájaro volaba. Soplé despacio y tosiendo
un poco por el polvo que salió disparado para todos lados.
- Éve, ven aquí, encontré algo. – dije en voz alta mientras
tomaba uno de los frasquitos e intentaba limpiar con cuidado la vieja
rotulación. Fijé la vista y parpadeé varias veces hasta que a luz de la letra
logré comprender la añejada cursiva sobre la etiqueta “Mary Jane Howells – 1998”.
No sé si lo presentí, si quizás simplemente fue mi cerebro reaccionando a la
similitud del nombre, si algo en mí se despertó de repente y me invadió a
gritos diciendo “Sabes a quien se refiere…” y fue como si tantos años de
forzarme a mí misma a recordar algo, lo que sea, de cuando era apenas una bebe
rindieran frutos, porque lo leí y en mi mente lo leí con el mismo tono suave
que una mujer de voz aterciopelada y melodiosa lo diría, una voz adulta y
levemente parecida a la mía, la voz de mi madre. Se me entrecortó la
respiración y pronto mi vista se vio empañada y si no hubiera habido detrás de mí
una mesada de la cual sostenerme, seguramente hubiera caído hacia atrás. Las
lágrimas afloraron mezcla entre melancolía, tristeza y felicidad, “Mary Jane
Howells”… “Mary Jane”… Jane. Tantos años había esperado por saber cuál sería mi
nombre real para descubrir que no sentía el que llevaba tan ajeno porque
resultaba muy parecido, muy clásico, muy propio. Évoleth llego justo para
sostenerme y sostener el frasquito que llevaba en la mano antes que resbalara
de mi mano y perdiera algo que me había llevado 19 años encontrar.
- Es… es… son recuerdos, y llevan mi nombre, no me preguntes
cómo lo sé, pero ese es mi nombre de nacimiento. Necesito un pensadero… un
pensadero… - me erguí rápidamente y corrí a mi túnica en búsqueda de mi saquito
mágico, revolviendo en él hasta sacar el objeto que necesitaba. Era increíble,
al fin había llegado el momento que tanto había deseado, al fin.
No hay comentarios:
Publicar un comentario