Grenade: de cómo alguien pone una granada en tu mano y tu puedes elegir si explota o no.
Cuando uno deja los adorables años de la niñez para pasar a
la adolescencia siempre imaginé que alguien me daría un manual. Ya saben, uno
que me explicara que mi cuerpo iba a cambiar, que me iba a “hacer mujer”, que
las miradas con los chicos pasarían de tímidas y divertidas a desvergonzadas,
que iba a tener que abandonar el jugar con mis muñecas o que los vestidos con
volados ya no estaban de moda, o quizás que ahora, en esta cruel etapa llamada
“adolescencia” iba a existir esto de la atracción hacia otra persona.
Nunca fui ni logré ser el tipo de chica que se le podía
insinuar a ningún chico. Siempre fui natural, simple, espontanea, tímida, por
sobre todo, tímida, y muy confiada, el tipo de persona que no tiene problemas
para relacionarse con los demás, que puedo resultar agradable o adaptarme a
quien me pongas en frente y que podía considerar amigo o amiga a alguien
rápidamente. Bien, ciertos errores en la vida se aprenden de las peores formas,
entre ellos ese detallito sobre la confianza. Así como no lograba ser ese tipo
de chica más atrevida, no creí estar a la altura de mis compañeras de curso
cuando veía como ellas pronto conseguían un novio o tonteaban con varios de los
varones con los que compartíamos clases, incluso aunque fueran de otra casa. Me
imaginaba a mí misma intentarlo y en mi mente se formaba la imagen de alguien
muy ridícula pasando vergüenza y siendo totalmente inapropiada. “Jeanne,
siempre debes ser una dama, comportarte y ser agradable” habían sido las
palabras de mi madre adoptiva durante muchas lecciones de protocolo en mi niñez
y eran las palabras que razonaban en mi mente cada vez que creía que había una
oportunidad para hacerle saber a un chico que algo en él me gustaba.
Sin embargo, un día, fue distinto. El sol de la primavera
abrazaba la tierra ese día, iluminaba cada flor, hoja y ser mágico o no en los
terrenos de Hogwarts. Como de costumbre, había huido un rato de mi grupo de
amigos para recostarme en el césped a leer uno de los perfectos libros de mi
autor favorito muggle y lo estaba disfrutando como nunca hasta que una
espontánea mano me lo arrebató. En otra situación me hubiera causado gracia,
pero esta vez no, estaba realmente en una de las mejores partes. Giré mi mirada
hacia el lugar de donde la mano había salido y esperaba encontrarme con uno de
mis amigos o amigas haciéndome una broma, pero al contrario, fui a dar con un
rostro desconocido enfundado en una de las túnicas reglamentarias con el logo
de la casa de la sabiduría, Ravenclaw.
– Una gryffindor leyendo, ¿Es esto acaso una mala jugada de
mi visión? – me lanzó el chico inspeccionando mi libro y conmigo observándolo
detenidamente sin saber cómo reaccionar.
- No, ves perfecto, ¿Desde cuándo los leones se nos conoce
como alérgicos a la lectura? – le repliqué tomando valor y quitando el libro de
sus manos de un tirón luego de sentarme a medias en mi lugar. Lo miraba con
recelo, porque no me gustaba que me hablaran de aquel modo tan altanero.
Iba en mi cuarto curso cuando aquello paso, y la forma en que
me miró luego de mi respuesta, me arrancó aquella eterna duda de saber que se
sentía el amor a primera vista. Quede cautivada con esa sonrisa ladeada, mezcla
de arrogancia, mezcla de disculpa. Siempre fue un buen actor y yo siempre creí
en los cuentos de las hadas. Le devolví la sonrisa olvidando porque estaba
molesta.
- No quise decir eso, ¿Me disculpas…? ¿Cómo te llamas? – me
preguntó con una voz igual de encantadora que su sonrisa.
- Jeanne, voy a cuarto, soy de Gryffindor y este es mi libro
favorito aunque aún no lo haya terminado. – le devolví un identikit mío
prácticamente, con gracia y sonriéndole, mientras alzaba el libro para
mostrarle la tapa. El chico se detuvo un segundo a girar levemente la cabeza
para observar cuidadosamente el libro que le enseñaba.
- Conozco ese autor
muggle, me gusta bastante también pero aún no he leído ese libro. Soy Uther, me
da gusto conocer a tan bella leona. – respondió galante y enseñando de nuevo
esa sonrisa incompleta pero que a mis ojos se veía perfecta.
No comprendía del todo de que se trataba esto que surgía en
mi interior, no sé si así exactamente se sentían las protagonistas de mis
libros cuando se enamoraban a primera vista, no sabía si era correcto, pero
simplemente lo estaba sintiendo y él se mostraba interesado en mí, por lo que
borré de mi mente las palabras de mi madre y me dispuse a intentar conquistar
al ravenclaw.
- Yo podría… leerlo para ti… - le respondí aún tímida, por
más decisión que tuviera en mi interior, era muy difícil pronunciar aquellas
palabras. El chico abrió los ojos sorprendido y se río un poco sin emitir
sonido, con una risa bien fría y controlada. Cuando lo oí, lo primero que pensé
es que mi idea había sido una completa estupidez, pero el chico tomó asiento
junto a mí y me extendió el libro con gran elegancia en cada uno de sus
movimientos. La mejor forma de definir mi estado es que me tenía “encantada”,
como si me hubiera dado alguna poción o algo parecido.
- Lee para mi Jeanne. – sus palabras salieron en un tono
totalmente atractivo, y sin perder aquella elegancia, se recostó en el césped,
cerrando los ojos y entregándose a mi lectura.
Esa tarde le leí en voz alta los primeros siete capítulos de
aquel libro y cuando llegó la hora de volver al castillo, se levantó del césped
con los ojos puestos en los míos, asegurándome que esperaba encontrarme al día
siguiente a la misma hora y en el mismo lugar para que continuáramos leyendo
juntos ese libro. Así fue, y fue así durante las siguientes semanas, donde siempre
venía a la misma hora, charlábamos un poco antes de comenzar a leer y luego, el
mismo ritual; ambos recostados, yo leyendo para él, yo enamorándome cada vez
más de él. En aquellos días que fueron pasando supe más sobre él. Pertenecía a
una buena familia, su padre lo apoyaba en todo, le consentía en todo ya que su
madre lo había dejado al nacer, iba a mí mismo curso, jugaba al quidditch, se
lo notaba bastante orgulloso de él mismo, siempre confiado y seguro de todo, me
contaba sus anécdotas de viajes, me explicaba cosas sobre clases que yo odiaba,
siempre me daba detalles superficiales sobre él, siempre se mostraba tan
cercano y tan lejano a la vez, que me daba miedo llegar un día a nuestro punto
de encuentro bajo aquel árbol y no encontrarlo, me daba pánico a decir verdad.
Poco a poco, yo también me abrí con él, solo que siempre sentí que como mi
característica confianza en los demás, yo era tan natural y sincera a su
comparación. Aún así, jamás me molesto estando a su lado, lo veía como una
forma de complementarnos, como lo hacen las parejas perfectas de mis libros.
Un día mi mayor miedo se hizo realidad. Llegué a nuestro
lugar de encuentro, me recosté a mirar el cielo británico perfectamente celeste
y limpio, y allí espere. Espere por dos horas. Él no llegó. Me dije a mi misma
que seguramente habría de estar ocupado con exámenes o quizás enfermo. Por lo
que seguí yendo durante los próximos días. El quinto día espere solo quince
minutos y al notar que no venía, me levanté con la decisión de ya no volver al
siguiente día. No lo pude evitar, sentía una gran presión en el pecho y no solo
mi mente, mi corazón me gritaba que lo extrañaba y que no quería perder aquello
que teníamos, fuera lo que fuera. Me alejé de los terrenos conteniendo las
lágrimas, ingresando al castillo por la entrada principal y yendo directo hacia
las escaleras que me conducirían a la sala común para encerrarme allí a
perderme entre las sábanas de mi cama. Sin embargo, cuando empecé a subir las
escaleras, estando por el tercer piso, algo gritó dentro de mí obligándome a
hacer algo por no perder a Uther. Inocente, desesperada, confundida, sin saber
si lo que sentía era amor o era alguna idea tonta y obsesiva, corrí hacia los
pasillos del cuarto piso, consciente de que aquel era el piso de los ravenclaw.
No conocía la entrada a su sala común, pero allí estaba lleno de sus compañeros
de casa, a alguien le podría preguntar, alguien lo conocería. Acudí a un chico
que había visto alguna vez en una clase conmigo, lo recordaba vagamente, y en
cuanto mencioné el nombre de quien buscaba, me mencionó que lo había visto en
la Biblioteca. En cuanto me lo dijo, salí despedida hacia allí, y sé que el
chico me quiso advertir algo en un grito, pero yo estaba demasiado sorda, ciega
y atontada para detenerme a oír a nadie.
Cuando llegué a la puerta de la biblioteca, una chica salía
acomodándose el uniforme, no le dediqué más que una mirada y me adentré a los
pasillos de la sala buscando al chico, hasta que lo hallé. Salía de uno de los
pasillos de literatura muggle, con dos libros en sus manos y se detuvo en seco
al verme allí frente a él. Creí por un instante que incluso iba a dejar caer
los libros, pero dio una sacudida con su cabeza y enfocó nuevamente sus ojos en
los míos.
- ¿Jeanne? Tienes que disculparme, he tenido que quedarme a
hacer deberes extras estos días y no he podido avisarte… - comenzó a excusarse
Uther. Yo no reparé en lo estúpido que aquello sonaba, solo volví a ahogar las
lágrimas al poder contemplarlo nuevamente, en lo perfecto que se lucia el
uniforme en él, en la elegancia de su andar y en lo bello de esa misma sonrisa
que me ponía ahora y que había utilizado la primera vez que nos habíamos visto,
esa mezcla entre disculpa y arrogancia. No lo deje terminar la frase que me
lancé a su cuello abrazándolo y dejando caer mi rostro en su pecho. Noté su
duda porque al primer instante no me respondió, pero luego me tomó por la
cintura elevándome apenas, como si él supiera exactamente a que estaba
dispuesta yo, con mi rostro quedando a la misma altura que el suyo, con
nuestros labios a una ínfima distancia y por primera vez en mi vida sentí la
necesidad de besar a alguien, de hacerlo mío en un beso, de poder saciar el
deseo y de dejar que él también lo haga. Abrazó con más fuerza mi cadera,
presionándome contra él justo antes de arrastrarme al interior del pasillo de
literatura, llevándome hasta el final y girando para apoyarme sobre una repisa
vacia. Allí abandonó los libros que cargaba aún en una de sus manos y ocupó una
de ellas en sostenerme de la cintura contra él y otra en acariciar mi cabello, para
luego subir a mis enrojecidas mejillas hasta volver a bajar a mi cuello. Me
acariciaba como si yo fuera lo más preciado para él, como si fuera algo muy
delicado que se pudiera romper en cualquier instante y yo lo dejaba, porque me
sentía en las nubes en aquel momento, sentía que estaba exactamente donde
quería y con quien quería estar. Me sonrió una vez más antes de con su mano
girar levemente mi rostro y como todo era una mezcla de primeras veces para mí,
observé en él una mirada que no había visto antes, una mirada con la que
parecía desnudarme por completo con solo posar sus ojos en los míos,
descendiendo luego por todo mi cuerpo. Sentí algo dominarme y con ambas manos
presioné en su cuello para vencer toda distancia entre nuestros rostros y
hundirme en un hermoso, deseado, esperado y perfecto primer beso, con sus
labios saboreando los míos con dulzura mientras con su mano me tomaba de detrás
de la cabeza obligándome a no separarme de él por los próximos minutos. Ese
beso duro todo lo que mi respiración pudo soportar, lamentando que aquel
instante no pudiera ser infinito. Cuando nos separamos, él mordió levemente mi
labio inferior y yo deje escapar una profunda respiración mientras me relamía
justo donde él me había mordido, sin dejar de verlo a los ojos y acariciar su
mejilla con una de mis manos.
- Eres perfecta Jeanne. – me murmuró seductoramente apoyando
su frente sobre la mía y cerrando los ojos, mientras la mano que antes había
estado sobre mi cabeza, bajaba por mi espalda hasta acompañar a la otra en mi
cintura. Lo acompañé cerrando los ojos un instante, perdiéndome en el sonido de
su respiración y sin poder evitar sonreír, una sonrisa de completa satisfacción
y felicidad. Le robé un beso fugaz y suave, en el que nuestros labios apenas se
cruzaron, para luego hablarle tan pegada a sus labios como podía.
- No te vayas otra vez… estoy enamorada de ti. – confesé sin
una gota de timidez, aquello se había ido en el mismo instante que decidí
entrar en la biblioteca, pero con la respiración aún entrecortada por lo que el
primer beso había conllevado. Él no abrió los ojos, no me miró, quizás allí
debí darme cuenta, porque tampoco me respondió en palabras, solo arrastró sus
manos hacia mi espalda baja donde buscó llegar a mi piel por debajo de mi
camisa mientras depositaba sus labios nuevamente sobre los míos y me besaba
esta vez invadiéndome con su lengua entrecruzándola con la mía, previendo lo
inexperimentada que yo era y guiándome él en un beso más profundo que el
anterior, con sus manos rozando mi piel con la misma delicadeza de cada uno de
sus movimientos. Me liberó de su boca una vez más dejándome sin respiración y
con la única idea de que adoraba sentir como él me deseaba tanto como yo lo
deseaba.
- Desde hoy, serás mi novia, solo mía. – afirmó con seguridad,
sin consultarme, tomándome por sorpresa en todo lo que aquella proposición
significaba, todo estaba yendo tan rápido pero todo a la vez era tan perfecto,
igual que él. Con una nueva sonrisa borró toda mi inseguridad y asentí con la
cabeza asegurándole así que yo quería ser su novia y que él era mi primer
novio.
Luego de ese día caminé en las nubes por varias semanas, en
las cuales nuestros encuentros eran perfectos, leíamos juntos, hablábamos, nos
reíamos y también con aquellos momentos en que ambos nos entendíamos muy bien
entre besos y caricias. Fueron días perfectos pero muy difíciles de borrar
luego.
Esos encuentros siguieron siendo a diario, siempre en los
jardines o en la biblioteca, excepto los fines de semana, donde él siempre
salía a ver a su familia o con sus amigos a Hogsmeade y yo buscaba alguna nueva
aventura o algo nuevo que descubrir en Hogwarts. Siempre a la misma hora,
siempre conmigo esperándolo ansiosa, cada día con una renovada sonrisa.
Sentía que él era una especie de príncipe salido de las
historias antiguas, un caballero, impoluto, honesto y malditamente perfecto. No
veía en él lo malo, tampoco podía, lo desconocía y así lo quería dejar, porque
nunca indagué, nunca busqué saber más nada fuera de lo que Uther me contará,
jamás consulté con mis amigas sobre él, y aunque todos sabían de nuestra
relación, nadie parecía querer mencionar el asunto frente a mí. ¿Pero acaso eso
debía importarme? Él era mío, solo mío, era mi novio, y yo solo tenía ojos para
él.
Así de cegada me encontraba, hasta que un día… un día la
realidad me golpeó de la peor manera, descargó toda su ira sobre mí y me hundió
en aquel pozo en el que no lograba comprender por qué me había sucedido todo
eso a mí. Siempre me había entregado a él con confianza, con sinceridad, con
nada más que la verdad de mis sentimientos. Solo allí fue cuando comprendí lo
ciega que había estado.
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